El campo en las pupilas

Susana Álvarez Antolín
Ganadora del VIII Premio literario «Escribir sobre el Paisaje»


Calor. 4 de la tarde. El poco césped del jardín está seco y empieza a amarillear. No se oye ni un pájaro, es la hora donde los animales están cobijados del calor en algún árbol. Sólo se oyen los insectos revoloteando por la mesa sin recoger.

Después de la discusión, nadie ha pensado en recoger la mesa del jardín. Un cenicero lleno de colillas, copas de vino olvidadas, migas de pan… las únicas contentas, las moscas que se posan sobre los restos de tarta.

La pequeña fuente gorgotea agua, y miles de gotas salpicadas reflejan la luz de la tarde al lado del gran roble central del jardín. Es un roble con varios troncos entrelazados, robustos, donde sus ramas se juntan abriéndose hacia la luz. Es un roble magnífico, frondoso y con su copa redondeada. Es el roble donde se sentaba papá, antes.

Sobre la mesa ha quedado el garabato de Tino, con el reparto de las fincas entre los hermanos. La de las vistas al cerezo, para el mayor; la que tiene la gran ventana mirando hacia la sierra de Ayllón, para Jara; las tierras de pasto, para Tino, que le gustaba pasear por ellas con papá, y para Lucía.., ahí ha empezado la discusión.

Ni que se pudieran repartir los recuerdos. Y cómo se guarda el sol del atardecer en las pupilas, en esos días pasados, sabiendo que te esperaban en casa tus padres. O cómo conservar esas mañanas en que cogían moras en la finca del vecino, sabiendo que les iban a regañar, pero que ninguno podía dejar de reír y mancharse las manos de morado.

La enorme hiedra de la fachada, en algunos trozos seca, en otros con brotes nuevos, ha estado tantos años en la familia, que debían preguntarle a ella qué hacer con la herencia.

Alonso se ha enfadado y se ha marchado a la iglesia de San Nicolás de Bari, que es donde siempre va cuando no sabe a dónde ir. De hecho, es el peor sitio en el que puede esconderse, porque todos saben dónde esta. Esa enorme escalinata, con los grandes ladrillos de piedra conformando la estructura, le da paz. Esos arcos de medio punto enmarcando el patio. Ya se siente tranquilo aun sin entrar dentro. Las edificaciones robustas le tranquilizan, están siempre en su lugar. Le gustaría que sus hermanos fueran tan razonables, tan esperables, como su iglesia preferida.

‘Campiña 2’. Isabel Felipe, Facultad de Bellas Artes de Zaragoza (Teruel). Curso 2018. Foto: Diego Conte

Lucía, por el contrario se ha ido a la plaza de Riaza, a ver si encuentra un bar abierto para tomarse una copa que le calme del enfado que lleva encima. Siempre piensan que como es la pequeña, sus decisiones no cuentan. Le encanta el suelo adoquinado de la plaza, los balcones enmarcando la plaza, majestuosos y la calle soportalada dando un aspecto acogedor. Cuántas fiestas en esa plaza, con amigos, con primos, con mamá yendo a comprar al mercadillo.

Tino se ha echado la siesta. Aunque el mundo se desmorone, él piensa que si puede desconectar un rato, todo estará bien. Rendijas de sol entran a través de la persiana a medio cerrar, y las motas de polvo flotan visibles en la luz. Pero Tino no las ve, duerme.

Y por último Jara, que se ha quedado en la cocina, aunque lo que quisiera es coger el coche y marcharse de allí porque no quiere saber nada de sus hermanos cuando se ponen así.

Sale al jardín y lo ve todo, los ojos se le llenan de campo, de árboles. Todas las encinas con ese color granate, con tonos rojizos mezclados con las hojas verdes. Que parece que crecen solas y van formándose en el suelo pequeños brotes por todos lados. Y todas las bellotas por el suelo.

Esa tierra, a veces fértil, otras veces seca donde sólo crecen arbustos y jaras. A todos les gustaba el olor de las jaras en primavera, pero cuando está seco, es un matorral tan duro, que se resiste a las tijeras del jardín. Anda que no recuerda haber podado, de raíz, jaras y jaras, para hacer hueco al porche de madera que construyeron entre todos, y sobre todo su padre.

Ninguno de los cuatro quiere perder ni un sólo recuerdo, pero lo que realmente están haciendo es repartirse los pedazos de tierra como si fueran eso, cosas, como si su vida se pudiera medir y repartir sin compasión.

Sus hermanos están siendo unos egoístas. Parece que sólo hablan de lo que quieren, como si fueran a perder todo lo que han vivido si no se quedan con una parte. Pero no van a perder nada, los recuerdos están ahí, las siestas en la hamaca con vistas a las arizónicas, los Leylandis, con todas las macetas que compraron para hacer la linde. Nadie se va a llevar las paellas de los domingos con sobremesas eternas, mientras planeaban qué ruta de senderismo harían al día siguiente, montados en las bicicletas todo el santo dia…

Los gritos de Lucía cuando las moscas rabiosas se posaban sobre ella como insectos invasivos, y las risas de sus hermanos hasta que también ellos notaban nubes de moscas zumbando sobre sus cabezas. Ahí se juntaban los gritos con las risas, y todos terminaban en la piscina.

Los recuerdos alegres se juntan con la nostalgia. Jara no sabe si llorar porque sus padres ya no están, o reír por los tantos y buenos recuerdos que tiene en esa casa.

Ya está el atardecer cayendo sobre las montañas más altas, a lo lejos. Esa luz naranja amarillenta que cambia todos los colores del campo y los vuelve cálidos. Esa luz tan efímera que dura poco, y hace las luces más oscuras, rojas, granates, antes de que la oscuridad llegue.

Y se sigue queriendo disfrutar de la puesta de sol, pero la luz es ya casi morada, oscura, y se empiezan a perder los contornos de las cosas mientras la oscuridad avanza inexorable.

Y ahí aparecen entre las sombras alargadas del atardecer, Alonso, robusto, que da una sombra ancha y contundente. Lucía que viene sonriente con sus gafas de sol, que no se ha dado cuenta que ya no hay sol. Y Tino baja de la siesta, sorprendido de levantarse casi de noche, haciendo el tonto. Y Jara los ve y se alegra de tenerles como hermanos, aunque muchas veces le pongan de los nervios. Y se acerca a ellos y les sonríe. Y todos tienen cara de arrepentidos, como si dijeran que la repartición de la herencia les da igual, que lo que quieren es seguir pudiendo compartir estas puestas de sol entre hermanos, como si estuvieran aún papá y mamá.